Algo feliz en el fondo.
Siempre me ha resultado difícil alejarme de la vida que llevo, apartarme un momento de la carretera y respirar, ver cómo los demás pasan de largo y nadie se para, ni siquiera mis amigos. Me gusta descubrirme quieto, cuando lo consigo, y observar que las personas que me quieren se van haciendo más pequeñas mientras yo me hago más y más ingobernable en un intento inútil de escapar de un sitio que no es para mí, pero que no está tan mal para sobrevivir.
Necesito pararme muchas veces a lo largo del día, del mes y del año, aunque nunca me dejo. Empiezo a pensar que soy yo el tóxico y no los demás, que me debería alejar de mí en lugar de odiarlos a ellos, y como solución me impongo no pensar y, como consecuencia, no escribir, es decir, distanciarme de ambos, de mí y de todos, esperando que este cambio destroce lo que ya no tiene solución para echarle la culpa a él, para limpiarme la conciencia y vivir algo más feliz pero también algo más ignorante, y realmente no sé si, en el fondo, quiero eso ni si sabría vivir con ello.
Alguien me ha dicho que debería escribir cosas más alegres. Puede que tenga razón y que esté perdiendo el tiempo en penas tristes y lamentos sin importancia. Es cierto que el sol brilla y que las sonrisas más, que tengo grandes personas a mi alrededor, aunque no sean muchas, suficientes, y que la vida es un regalo como ninguno, pero ¿qué voy a escribir sobre esto? Todo el mundo es más feliz que triste. Bueno, todo el mundo finge ser más feliz que triste. Sé que, seguramente, haya diez cosas alucinantes delante de mí esperando a que haga algo de provecho con ellas, un buen poema, un artículo en condiciones o simplemente disfrutarlas sin esperar obtener nada a cambio por mirarlas, pero no soy ese chico triste que busca la felicidad, ni en canciones ni en la vida. Sé ser feliz pero también saco rentabilidad a mis épocas malas, me siento mejor mentalmente cuando puedo escribir y no lo hago sobre canciones alegres o días soleados y resueltos. Me conmueve la reunión clandestina entre la melancolía y los recuerdos, pero me asquea el éxtasis de alegría de los cuentos infantiles, y no creo que todo esto tenga algo que ver con lo que escribo, sino con lo que siento, que es lo que manda a la hora de ponerme enfrente de un ordenador o un folio y abrirme en canal.
Creo que voy a quedarme un rato más con la pena de compañera, pero prometo darle una oportunidad algún día a todo lo bueno, que, de vez en cuando, se lo merece.
Estoy en un momento en el que, aunque no debería permitírmelo, necesito irme lejos y lo estoy haciendo, en pequeñas dimensiones y sin que tenga mucho impacto en los demás. Creo que tengo resaca social, aunque no sé si eso existe. Eso, o que echo de menos a tantas personas que prefiero ver un tiempo cómo pasa el tiempo desde lejos, en un lugar desde el que nada pueda afectarme y nadie me busque, pero es difícil. Siempre que lo intento dudo de si es lo correcto, y lo obvio sería preguntarme a mí mismo si es lo que quiero de verdad, pero no es tan simple. No todo es blanco y negro, y aún no he aprendido a aceptarlo ni a ver todas las tonalidades intermedias. Quiero desaparecer, pero quiero que me busquen, quiero alejarme, pero quiero compartir mi soledad con alguien que la entienda. Quiero vivir sin dejar de morir de vez en cuando para poder apreciar todo lo que tengo.
Supongo que debería dejar de esperar un par de mensajes estúpidos si sé que no van a enviarse, que lo mejor sería volver a ser lo de antes, como antes. Todo era mejor entonces, dicen. Puede que tengan razón.
Quizá esto sí sea algo feliz en el fondo, ¿no? En lo más profundo de lo que está escrito, hay un... alguien que tiene las cosas más claras que hace unos años, aunque no del todo, y sabe irse o, al menos, alejarse un poco para dejar espacio al tiempo y que no le destroce la vida.